
El futbol se juega. ELBUENFÚTBOL* se lee.
Hoy se habla de Messi, de la Albiceleste y Batista, del descontrol y la decepción. De la inauguración fallida en Copa América. Pero qué hay de Bolivia y sus futbolistas, los protagonistas que salieron a cumplir con un compromiso que les quedaba grande y lo redujeron hasta igualarlo en cancha y marcador.
Así pasó alguna vez. Tiempo atrás apagaron crisis, olvidaron su olvido, aprendieron en ese instante a convivir con la gloria. Fueron grandes, crecieron ante las circunstancias y le dieron otro giro a su gente, muriendo en la línea y evocando pasajes (o el pasaje) de 1963. Esa fue la selección boliviana de futbol del ’97, la que a través de su gente, con el olor de su tierra y en la plenitud de su paisaje, logró llenar y dejar satisfechos a los ojos que anhelan cucharadas de buen futbol.
Bolivia es un país históricamente ajetreado por la explotación de sus materias primas, recursos utilizados por el lejano primer mundo, capricho de la naturaleza salvaje, abstracta, belleza extrema y siempre difícil -el terreno habla por sí solo-. Un ejemplo de rebeldía ante lo injusto, de la unión entre las diferencias, de la tradición y lo terrible.
En 1997 la línea política se afianzaba dentro de cierto equilibrio descompuesto durante la década anterior con los gobiernos militares. Neoliberalismo establecido, apertura del mercado, tratados que los alineaban a una lógica mundial y que acrecentaban divisiones sociales, desigualdades palpables. Así como en 1963, año en que la tierra aimara, quechua y guaraní organizó la Copa América de Futbol, el ’97 significó la vuelta de una competencia que reclamó toda la atención de los desatendidos. Futbol de alto calibre, espectáculo vibrante, alegría. La otra cara de la vida, el abrigo de emociones que calmaron fríos infrahumanos.
Un año antes del Mundial de Francia, Sudamérica, México y Costa Rica afinaban detalles y le devolvían color al futbol pícaro y siempre protagonista de esta región del planeta. Figuras compusieron un torneo que repartió dudas entre los argentinos, atajó críticas sobre los brasileños, dejó mal parados a los colombianos, ilusionó a los peruanos, ratificó a los mexicanos y alivió a los bolivianos.
La debilidad por lo débil terminó con millones apoyando a los locales. Bolivia se cargó en el futbol, además de la expectativa popular de su gente por verlos jugar al máximo, un sin fin de deseos por lo imposible, lo impensado y los récords. Así jugaron. De tú a tú contra Dunga, Ronaldo, Romário, Edmundo, Leonardo, Denílson y compañía. Leyendas a las que se midieron tipos también sobrenaturales como el Diablo Etcheverry, ingeniosos como Luis Cristaldo, Baldivieso, Ramiro Castillo, Jaime Moreno y contundentes como Erwin Sánchez.
Recuerdo el momento. De la igualdad a la impotencia brasileña. Duelo trabado entre golpes, faltas y barridas. Futbol detenido con destellos tan brillantes como pasajeros. Y de ahí, de esa sinrazón arbitral a la devolución del poder para Brasil. La imposición sobre lo extraño y heróico. Me acuerdo de Edmundo cabreado, de Cristaldo sangrando, de Bolivia atenta, de Brasil ganando y los dos festejando. Ahí, el futbol recibió su merecido aplauso. La dignidad cumplió sin decepcionar a sus exigentes.
Fue la cita de la historia con el momento de la rebeldía boliviana.
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